martes, 5 de julio de 2011

Trileros y mimos en las Ramblas

Por más que pasen los años, por mucho que las tretas sean cada vez más conocidas, por mucha urbana que deambule por doquier, los trileros nunca desparecen del todo de las Ramblas. Ya existían en el pleistoceno, cuando el guiri era una especie exótica en Barcelona (léase antes de las Olimpiadas).

Un día de esa prehistoria, dos o tres amigos nos detuvimos a curiosear por vez primera tamaño tinglado. El jugador protagonista de este recuerdo apostó a un cubilete –usaban media nuez boca abajo-. Pero mientras rebuscaba el billete en su cartera –porque siempre eran billetes-, el tramposo recolocaba la nuez a su antojo ante la indiferencia del personal. Como nos dimos cuenta de la trampa se lo chivamos al incauto, que gracias a nosotros ganó. Por entonces desconocíamos que más de la mitad de espectadores y otros tantos jugadores eran compinches. Al chafarles la estafa no tardaron en echarnos de malas maneras.

El otro día, me topé por enésima vez con estos tahúres en medio de la turística y emblemática rambla barcelonesa. No a un grupo, sino a tres, con una frecuencia menor a 100 metros, entre la parada de metro de Liceo y Catalunya.

Mimos en las Ramblas

A los mimos, en cambio, sólo los recuerdo en escena una vez el guiri se hubo instalado de forma definitiva en el paisaje céntrico barcelonés. Ha habido muchos y muy trabajados. Pero hacía tiempo que no me sorprendían tanto como el pasado domingo, el mismo día que me crucé con los trileros. Fotografié a uno de ellos:



Parece que levite. El artista en cuestión ha de construirse un artilugio capaz de soportarse a sí mismo. Una especie de taburete con un único pie, pero ubicado en una esquina del asiento en lugar de en el medio. Sea como sea, el efecto visual o la ilusión óptica -no sé si llamarlo de la primera o de la segunda manera o de las dos- es magnífico.

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